Hemisferios mentales

 


 

“¿Invertir en la bolsa? ¡Demasiado riesgo! A mi avísame cuando haya algo seguro para invertir y recién ahí me sumo”.

 

 

Este es el pensamiento de alguien que, en cuestión de dinero, prioriza el hemisferio derecho de su cerebro: el responsable de la creatividad, la intuición, la imaginación, la pasión, los sueños, el que rige los sentidos, por eso es llamado cerebro emocional. A quien prioriza este lado del cerebro podríamos pedirle que nos aporte ideas creativas, o compartir un momento de ocio y lo pasaríamos realmente bien. Sin embargo, en cuestiones de finanzas e inversiones, nuestro amigo “emocional” seguramente nos aconsejará esperar a que las condiciones estén 100% perfectas para invertir.

El problema es que este hemisferio derecho, el cerebro emocional, no detecta que las ocasiones 100% perfectas en materia de inversiones no se dan nunca. Ni la alternativa tradicional más segura esta libre de riesgos ya que, como tantas veces hemos visto, el “riesgo inflacionario”, por ejemplo, destruye lentamente esas inversiones que a priori ofrecían tanta seguridad.

 


 “Para mí el mejor momento para invertir es justamente cuando todo está mal, como por ejemplo en una crisis”

 


A este otro amigo lo manda el hemisferio izquierdo. El de las habilidades numéricas, el razonamiento científico, la estrategia y la racionalidad, el que categoriza y analiza. Se trata de una persona práctica, realista y lógica. El llamado cerebro racional.

Alguien con estas características sería a quien preguntaríamos una duda técnica, un consejo sobre un negocio o la dirección en un mapa. Quien nos explica que una inversión es comprar un activo a un precio —lo más bajo posible— para venderlo pasado un tiempo a un precio superior y obtener así una rentabilidad.

Este hemisferio izquierdo, el cerebro racional, es quien nos muestra que, durante una crisis, cuando reina el pesimismo y la aversión al riesgo por las caídas en los precios de los diferentes activos, es cuando se dan los mejores momentos para invertir. Y cuando no estamos en periodos de crisis, seguramente este amigo encontrará la manera mas eficiente de distribuir los ahorros para hacerlos rendir en forma constante.

 


¿Qué hacer?

 

Decidir qué hacer con el dinero no es una decisión fácil. A muchos incluso les facilita la vida delegar esa responsabilidad: “tomá, yo te doy la plata, manejala vos”. Y si no lo delegan y quieren tener el control de su dinero, lo cual nos parece lo mejor, optan por la alternativa cómoda: “hago un plazo fijo en el banco que es lo que conozco y listo”.

 

El problema aquí se presenta cuando nos valemos del lado equivocado del cerebro para manejar estos temas. Nuestra personalidad y las trampas mentales del cerebro, tema visto en una publicación anterior, hacen que las decisiones en materia de dinero no sean tomadas de la mejor manera, o terminen siendo eternamente postergadas. ¿Qué hacer entonces?

 

Para empezar, es importante conocer cómo funciona nuestro cerebro, no para saber a quién echarle la culpa y eludir responsabilidades, sino para valernos de esa información y actuar en consecuencia. Esto implica que el hemisferio izquierdo tome el control de lo que sabe hacer bien. Es decir, ser más racionales, analíticos, disciplinados y planificadores a la hora de invertir.

 

Me lo imagino tratando de pensar ahora con el lado izquierdo antes de usar su dinero. No es así de sencillo, pero lo importante es conocer cómo funcionamos y así intentar modificar aquello que esté a nuestro alcance para ser mejores.

Un paso importante a dar pasa por el cambio de hábito: Apartar parte de tu ingreso inmediatamente al instante de cobrarlo, y direccionarlo a una cuenta de inversión. Con eso estará comenzando a transitar su lado izquierdo obligándose a generar un hábito racional. Lo siguiente es invertir.

 

La clave cuando se invierte a largo plazo es empezar a hacerlo de forma diversificada, con aportaciones periódicas mensuales, aceptando que hay periodos de caídas y que estos momentos son extraordinarias oportunidades de comprar a precios más bajos. De esta forma, tendremos unas expectativas correctas y una estrategia disciplinada antes de invertir y no nos asustarán las caídas porque ya estaremos esperándolas. No saltaran las emociones ya que el hábito nos habrá acostumbrado al camino. Esto, bien trabajado y en compañía de un asesor financiero que lo guíe, acabará siendo un ejercicio automático e incluso divertido.

No hay que preocuparse por lo qué harán las inversiones en el corto plazo, sino por lo qué hará uno como inversor y cómo se preparará antes de invertir. Y ahí es donde entra la figura de un profesional de las finanzas. Un asesor formado, alineado con nuestras circunstancias, pero con la suficiente distancia para evitar que gestionemos nuestro ahorro atrapados por la euforia de los mercados o arrastrados por el pánico de los mismos, y que active el uso del lado izquierdo del cerebro para ser más racionales al momento de poner a trabajar nuestro ahorro.

De la misma manera en que recurre a un psicólogo, un nutricionista o un preparador físico para buscar ayuda en algo que sólo no puede o le cuesta conseguir, un asesor sabrá guiarlo en forma personalizada para encaminar sus finanzas con destino a la libertad financiera. En el mundo, la figura del asesor financiero es cada vez más utilizada, no espere a que llegue esa tendencia a estos lados, cada día cuenta, cuanto antes comience mejor.