Invertir como un niño

 


Hoy quiero contarte todo lo que mi hijo de diez años me enseñó sobre educación financiera. Ya sé que debería ser al revés y yo enseñarle a él temas relacionados al ahorro y la inversión, la verdad es que no se si esto habla mal de mi como padre o muy bien de él como hijo pero la historia es así.

Como muchos padres cuando comenzamos con la idea de enseñar a nuestros hijos el valor del ahorro, le regalé a Manu hace unos años una alcancía. La idea era que allí debía guardar el dinero recolectado por el pago del Ratón Pérez a cambio de los dientes caídos, algún regalo de las abuelas y demás formas que un niño puede recibir algo de dinero.

Al igual que sucede con los adultos, resulta fundamental definir previamente un objetivo para que actúe como motivación para ahorrar. Si no se sabe para qué se esta ahorrando cualquier motivo que se cruce va a ser suficiente para echar mano del dinero juntado. Con los niños sucede algo parecido aunque en estos casos los objetivos a definir tienen que ser más fáciles de alcanzar cuanto más pequeños sean, ya que de lo contrario un objetivo que demande mucho tiempo en alcanzarse desmotivaría al pequeño dejándole una imagen negativa del ahorro. A medida que los niños crecen los objetivos pueden ser un poco mas grandes ya que estarán con mejor edad para dar un mayor esfuerzo.

Conociendo a Manu, que si fuera por él viviría vestido de futbolista, le propuse como objetivo del ahorro una camiseta de futbol. Enseguida estuvo de acuerdo. Tomó mi celular, ingreso a Mercado Libre y buscó “camisetas de River”. No sé cómo será en tu celular, en el mío la única camiseta que puede comprarse es la de River, cosas de la tecnología, no lo se.

Encontró la camiseta que quería y para dejarla marcada le puso un “me gusta” agregándola de esa manera en favoritos para cuando tenga que recurrir a ella y efectivizar la compra. Para ese entonces la gloriosa camiseta costaba $ 2.000.-

La historia sigue y cada vez que Manu recaudaba algo de efectivo corría hasta su alcancía, contaba el dinero y sacaba la cuenta de cuánto le faltaba para llegar a los $ 2.000.- Recuerdo que una vez me dijo: “Ah… ¿Para esto sirven las matemáticas?”. Durante mucho tiempo renegaba sobre la utilidad práctica de dicha materia.

Hasta que un día sucedió lo que tarde o temprano tenía que pasar.

Viernes por la noche, recuerdo que particularmente era una noche en la que estábamos cansados luego de una ardua semana así que habíamos decidido no cocinar y pedir comida. Como la mayoría de las veces, le tocó elegir a Manu y el menú fue hamburguesas. Esa noche Manu era consciente de dos datos muy importantes: uno de sus dientes estaba muy flojo, y le faltaba muy poco para llegar a la suma de $ 2.000.-

Masticó esa hamburguesa como un perro trata a un hueso y, como era de esperar y sobre todo como él esperaba, el diente cayó. Esa noche se fue a dormir solo y temprano como nunca antes y a la mañana siguiente amaneció temprano y solo también como nunca antes. Al hacerlo revisó debajo de su almohada y ahí estaba el dinero que el Ratón Pérez había dejado a cambio del diente. Lo tomó, corrió hasta la alcancía, la abrió, contó, y… si, ¡Al fin había llegado a los dos mil pesos!

Con una alegría incontenible vino hacía nosotros con la noticia, me pidió el celular, entró a Mercado Libre, buscó entre los favoritos, entró a la publicación de la camiseta y … ¿Te lo digo o ya lo imaginas? La ansiada camiseta costaba ahora $ 2.800 más gastos de envío (que antes no tenía). Podría haberle dicho: “Manu, bienvenido a Argentina”, o “Te presento a la inflación”, pero en un instante de lucidez y a los efectos de salvar el sábado tuve que recurrir al FMI (mi billetera) y poner la diferencia como si no hubiera pasado nada. Entendeme, si no lo hacía la alegría iba a pasar a llanto en apenas unos segundos y la mirada de mi mujer lo decía todo, era algo que tenía que resolver, y rápido.

¿Por qué decidí contarte esta historia? Quise enseñarle algo a Manu y me terminó enseñando algo él a mí. Los niños, a su manera, entienden mejor el valor del dinero en el tiempo. Te lo digo con otro ejemplo que también apliqué con él: Preguntale a un niño qué prefiere, si un chocolate hoy o un chocolate mañana. Sin dudarlo elegirá tener el chocolate hoy. Preguntale si prefiere un chocolate hoy o dos chocolates mañana. Ahí dependerá de la ansiedad del niño y sus ganas de comer chocolate, el caso es que no me animo a adelantar una respuesta. Ahora bien, preguntale si prefiere un chocolate hoy o diez chocolates mañana, y esperará a mañana.

Eso es invertir. Es postergar consumo presente para poder consumir más en el futuro. Y si el premio por esperar, llamale rentabilidad o interés, es interesante, valdrá la pena postergar el consumo presente. De lo contrario, si el premio no es lo suficientemente atractivo se privilegiará adelantar consumo o stockearse. Ahora, ¿Pensaste si tus ahorros los tenes invertidos en algo que te permita consumir más el día de mañana? Si la respuesta es no, no me mires a mí, de verdad yo no soy el FMI y no tengo más chocolates.

¿Crees que la clase que me dio de educación financiera terminó ahí? No. Hecho que sigue hablando mal de mi y bien de él.

Años más tarde cuando Manu cumplió 9 fue la primera vez que el grupo de padres de la escuela había acordado regalar dinero para los cumpleaños. Al regresar a casa luego del festejo, se dispuso a abrir sobre la mesa cada uno de los sobres con dinero que sus amigos le habían regalado.

Al verlo frente a una suma de dinero que él nunca había visto, y más aún cuando era todo de él, no dudé en que tenía que hacer algo. Caso contrario no iba a tardar en escucharlo decir: “¡Quiero todo esto en figuritas!

Me senté con él, tomé lápiz y papel y me dispuse a explicarle de manera simple la diferencia entre ahorrar e invertir. Le resultó fácil entender que ahorrar es sólo guardar el dinero sin hacerlo crecer y, para mi pesar, me recordó lo sucedido con la alcancía y la camiseta de River. La tarea a explicar era ahora en qué se puede invertir.

Primero le expliqué que por ejemplo podía prestarle el dinero al Banco. Se lo prestaría por 30 días y al cabo de ese plazo el Banco de devolvería su dinero y un poquito más como ganancia. Ese préstamo podía hacerlo tantas veces como él quiera y de esa manera iba a tener cada vez más dinero. Esa alternativa se llama Plazo Fijo, le conté.

Otra alternativa es convertirte un poquito en dueño de esas empresas que a diario utilizamos. Ya te conté que a Manu le encantan las hamburguesas así que tomé el ejemplo de comprar con ese dinero un poquito de la empresa Mac Donalds. Si a Mac Donalds le va bien vendiendo hamburguesas y cada vez vende más, ganará más dinero y eso le hará ganar a él ya que, aunque en menor medida, es dueño. Eso sí, si a la empresa le va mal y por alguna razón empieza a vender menos hamburguesas deberá, como buen dueño, compartir y soportar las pérdidas. A diferencia de la inversión anterior con esta se puede perder por momentos, aunque a medida que pasa el tiempo probablemente se gane más. Esta otra alternativa es la de comprar Acciones, le dije.

No lo dudó ni por un segundo. “Haceme un plazo fijo Papá. No quiero tener la posibilidad de perder”, me dijo.

Su dinero, su decisión. Constituí un plazo fijo con ese dinero, a mi nombre por supuesto ya que él es menor pero todos teníamos en claro que era de su propiedad.

Una vez más insistí en la importancia de definir un objetivo para ese ahorro. Manu ya estaba un poco más grande como para pensar solo en una camiseta y ahora quiso apuntarle a algo más elevado, una PlayStation.

A los 9 años comenzó el camino de ahorrista a inversor.

A medida que pasaba el año me iba preguntando sobre el avance de su inversión a plazo fijo y por su cuenta iba mirando el precio de la Play en internet. Así durante todo un año.

Llegó un nuevo 26 de agosto, Manu cumplía 10 y se dio la misma situación del año anterior respecto de los sobres con dinero. Al terminar de contar, me llama y me dice: “Papá, con esto comprame acciones”. Ademas de dejarme sorprendido, con su pedido me volvió a dar otra clase de educación financiera. Y en este caso la enseñanza tiene que ver con el riesgo en las inversiones. Muchas veces vemos al riesgo como la incertidumbre sobre el resultado final y la posibilidad de perder, y ese riesgo se manifiesta de una manera muy visible. Para quienes invertimos en el mercado de capitales sabemos bien que cuando nuestra inversión se encuentra cayendo las aplicaciones lo muestran con números en rojo, un signo negativo por delante y hasta una flecha que apunta hacia abajo. Solo falta que salga un poco de sangre del celular o la PC y sería completo. Pero existe un riesgo que a diferencia del anterior no se muestra, es oculto y silencioso. Yo le llamo el “Riesgo de quedarse cortos”, y es aquel que solo se manifiesta al final cuando nos damos cuenta de que no hemos llegado al objetivo propuesto. Lo peor de este riesgo silencioso es que muchas veces no da revancha, y si toda la vida pasamos siendo por demás conservadores con nuestras inversiones por el solo hecho de no ver números rojos, corremos el riesgo de llegar al final del recorrido sin haber alcanzado nuestras metas. Al mirar atrás el tiempo que pasó no se recupera, una inversión que no salió bien cuando se es joven sí.

Manu fue viendo durante todo un año que con su conservadora inversión en plazo fijo corría de atrás a su objetivo. Sólo se dio cuenta que debía animarse a asumir algo de riesgo si su sueño valía la pena. Un año en la vida de un niño de 10 es un tiempo considerable, en los adultos muchas veces nos lleva décadas o hasta una vida entera detectar ese riesgo oculto de quedarnos cortos.

Mi hijo hoy tiene una cartera integrada por acciones de Google, su amigo que le resuelve todas sus dudas y que lo sabe todo; y acciones de Mercado Libre, su proveedor de camisetas. Hoy la Play esta mucho más cerca y con diez años pudo conocer y probar diferentes instrumentos de inversión que el mercado ofrece y es importante conocer.

Ya sabes, revisa dónde tenes colocados tus ahorros y si te va a permitir consumir más el día de mañana. Definite objetivos, y no tengas miedo de correr riesgos para alcanzarlos. No hay peor riesgo que el de quedarse cortos y no tener vuelta atrás. Si no sabes cómo hacer o por dónde empezar llamame, te paso con Manu.