Cómo usar la Tarjeta de Crédito
Una de las bases de la magia de
la tarjeta de crédito es que nos hace creer que sólo la usamos
para comprar lo necesario, y que no podríamos ser
influidos por estímulos menores.
Las tarjetas de crédito no son un
ingreso adicional que nos permiten comprar más cosas. Debemos saber que las
tarjetas de crédito son un medio de pago, más precisamente un pago que se
realiza con dinero prestado el cual luego habrá que devolver.
Esta confusión muchas veces
aparece porque las tarjetas permiten gastar más allá del ingreso mensual que se
tenga, algo que cuando usamos efectivo no es posible.
Y ni hablar de los gastos
innecesarios que surgen solo por tener la tarjeta a mano. Decime si alguna vez
te pasó andando por el centro comercial, ver de pasada algo que te tentó y lo
terminaste comprando. Y ese algo quizás no estaba en tus planes más cercanos y
ni siquiera catalogaba como algo necesario y urgente. Pero ahí está ahora formando
parte de tus bienes.
Si ese día en el centro comercial
hubieses salido sin la tarjeta de crédito, muy probablemente no contarías con
el efectivo o el saldo suficiente en tu cuenta de ahorro para efectuar la
compra con tarjeta de débito. Fue sin duda la tarjeta de crédito la que te
permitió hacer esa compra por impulso y encima con dinero prestado.
La tarjeta de crédito no solo nos
permite gastar dinero que no tenemos (y pedimos prestado), sino que además
tiene la particularidad de hacer que estemos dispuestos a pagar más que si
usáramos otro medio de pago. ¿Cómo es eso? Veamos un ejercicio realizado hace
mucho tiempo pero con absoluta vigencia. Esto ya lo contamos en un artículo
anterior, pero como el público se renueva creemos que vale la pena traerlo
nuevamente.
El experimento
El psicólogo Richard Feinberg realizó un
experimento propio de la psicología social, aplicado al comportamiento
económico de la conducta de los consumidores.
Feinberg invitó a dos grupos de personas
e hizo sentar al primer grupo en una punta de la mesa, y al segundo grupo en el
otro extremo.
En una de las puntas de la mesa se
encontraban pegados dos stickers de logos de tarjetas de crédito. Cuando el
grupo sentado en ese lado preguntó el porqué de esos logos, se les dijo que ya
estaban pegados en la mesa desde antes y que no eran parte de ese estudio.
El experimento consistía en mostrarles a
ambos grupos imágenes de distintos bienes, y preguntarles cuánto estarían
dispuestos a pagar por ellos. Se mostraron: dos vestidos, una carpa, un saco de
caballero, una lámpara, una máquina de escribir eléctrica (este experimento fue
en los años 80) y un juego de ajedrez.
Cada artículo alcanzó una valoración
significativamente mayor en el grupo de estudio que estaba sentado del lado de
los logos de las tarjetas de crédito, como si este simple hecho hubiese actuado
como estímulo para estar dispuestos a pagar más.
Las diferencias variaron desde un 11%
más para la carpa, hasta un 50% más para los vestidos.
Mas tarde repitieron el experimento con
nuevos grupos y diferentes imágenes, y por ejemplo se observó que el grupo del
lado de los logos de las tarjetas de crédito pagaría tres veces más por una
cortadora de césped que el grupo que no tenía ningún estimulo visual en la
mesa.
Si bien para Feinberg los resultados
fueron concluyentes, hubo en ese entonces economistas que sostuvieron que al no
tratarse de gastos reales, sino de “lo que pagaría” por tales productos,
las conclusiones no podían tomarse totalmente como válidas.
Fue ahí que dos economistas se ocuparon
de la objeción de sus pares con un nuevo experimento. Drazen Pelec y Duncan
Simester llevaron a cabo una subasta entre estudiantes de Harvard, en donde el
premio a adquirir eran entradas para un partido de la NBA (Celtics vs Red Sox).
De manera aleatoria se les asignaba a
los estudiantes los medios de pago que podían utilizar, que podían ser tarjeta
de crédito o efectivo.
También se dispuso que el pago en
efectivo supondría un inconveniente mínimo, y es que se debería pasar por un
cajero automático que queda camino al lugar donde ha de efectuarse el pago.
El resultado dejó contento a Feinberg. Se
consiguió más del doble de dinero por las entradas al partido de quienes las
abonaron con tarjeta de crédito. Si, como leíste, se llegó a pagar más del 100%.
Estos dos estudios no solo demuestran
que las tarjetas de crédito nos hacen gastar más, sorprendentemente parecen
indicar que nos hacen gastar bastante más.
El economista George Akerlof dijo alguna
vez que si por arte de magia, las tiendas pudieran inventar una pastilla que
puedan dar a sus clientes para hacerles comprar más, resultaría de un
extraordinario valor para incrementar sus beneficios. Curiosamente esa pastilla
ha sido inventada y su nombre es “tarjeta de crédito”.
Así que ya lo vimos, la tarjeta de
crédito no solo nos hace incurrir en gastos que no pensábamos ni necesitábamos,
nos permite hacer esos gastos con dinero que no tenemos y tomamos prestado, y
por si todo esto fuera poco, nos influencia a que estemos dispuestos a pagar
mucho más de lo que las cosas valen.
Un experimento reciente y local
Otro de los poderes ocultos que tienen
las tarjetas de crédito, es hacernos mirar el monto de las cuotas por encima
del valor total de la compra.
Supongamos que deseamos algún bien, ese
deseo se vuelve necesidad al tiempo en que ese bien comienza a invadir nuestra
vida apareciendo en las redes, publicidades en TV y cartelería en las calles.
Es un hecho, ¡lo necesitamos!
Las tarjetas de crédito se valen de su
superpoder y nos muestran en primer plano el monto de la cuota que deberemos
pagar mes a mes para tener ese bien tan necesario para nuestras vidas. El monto
de la cuota entra por nuestros ojos y automáticamente se dirige hacia nuestro
cerebro el cual se hará la siguiente pregunta: ¿Puedo pagar esa cuota por mes?
Si la respuesta es un rotundo SI, nos veremos impulsados a darle clic al botón
comprar y por fin el bien será parte de nuestras vidas. ¿Te pasó alguna vez?
Un par de cosas acá.
La primera, lograr darle un empujón a la
razón para que se ponga a tiro de la emoción. Es decir, dotar de algún tipo de
racionalidad a estas decisiones. Y para eso una buena estrategia es la que
llamamos “elijo hoy, compro mañana”.
Ese bien que nos parece hoy una cuestión
casi de vida o muerte, en lugar de comprarlo le vamos a poner “me gusta” o lo
vamos a agregar en la lista de favoritos, y recién mañana vamos a efectivizar
la compra. Mañana será otro día, nos invadirán otras emociones, otros impulsos.
Quizás recordemos gastos que el día anterior no habíamos tenido en cuenta, o
tal vez asumamos que en realidad ese bien no era tan necesario como creíamos.
Si realmente era un bien necesario, entraremos en la lista de favoritos y
cerraremos la compra. Si no lo hacemos, era el impulso del día anterior quien
casi nos hace caer en la tentación de comprar y nuestra estrategia nos hizo
actuar de una manera más racional.
El otro aspecto a prestar atención ante
una compra es el siguiente. Supongamos que sí decidimos adquirir el bien en
cuestión. Acá la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿Contamos con
el dinero para comprar el bien? Si la respuesta es sí. Es decir, si contamos
con el dinero para comprar el bien, debemos chequear en la página donde estemos
realizando la compra, el Costo Financiero Total que nos están cobrando (CFT por
sus siglas). El CFT es el costo total en que se incurre por financiarse con
dinero prestado, el cual contempla no solo la tasa de interés, sino también
impuestos, seguros, renovaciones y demás cargos. El BCRA obliga a publicar el
CFT en toda operación que se ofrezca a crédito por eso no te preocupes que va a
ser un dato muy fácil de encontrar.
Ahora bien, dijimos que contamos con el
dinero, lo que debemos hacer es comparar ese CFT que nos cobran por
financiarnos con la tarjeta de crédito, contra una tasa libre de riesgo como
podría ser la que pagan por depósitos a plazo fijo. Si la tasa que podríamos
obtener por un plazo fijo es mayor que el CFT que nos cobran por la compra, en
ese caso nos convendrá utilizar la tarjeta de crédito para hacer la compra
y colocar el efectivo que teníamos a plazo fijo para beneficiarnos de esa tasa
mayor.
De esta manera la tasa que ganaremos por
nuestra inversión será mayor que el costo de comprar con dinero prestado, y
hasta en cierto punto eso nos ayudará en el pago de las cuotas.
Ahora qué pasa si no contamos con el
dinero. Cuando no contamos con el capital para hacer frente la compra, el dato
que debemos comparar es el del CFT con la tasa de inflación del período. Es
decir, si la inflación anual supera al costo que nos cobran por comprar con
tarjeta, nos va a convenir realizar la compra financiada toda vez que con esos
altos valores de inflación al final del período el bien saldrá mucho más caro.
Convendrá anticipar la compra y para eso utilizaremos la tarjeta. Si por el
contrario, el CFT es mayor a la inflación, en ese caso no deberíamos incurrir
en ese gasto financiado, o bien buscar otras fuentes de financiamiento que
ofrezcan CFT menores.
Esta última comparación con la inflación
cobra más sentido en tanto y en cuanto nuestro ingreso acompañe lo más posible
la evolución de la inflación. Si nuestro ingreso no crece a la par del índice
de precios, deberemos comparar el CFT con la evolución de nuestro salario.
Claro esta que no es un dato fácil de obtener como la inflación, por eso suele
ser más común utilizar este último como comparativo.
Vamos con un ejercicio más para poner en
práctica estas comparaciones:
Supongamos que estamos evaluando cambiar
el celular. Navegando por las redes nos aparecen ofertas en celulares y ya lo
que era una evaluación ahora es un deseo. Encendemos la tele y el celular
aparece con un descuento mayor y encima cuotas, lo que era deseo es ahora
necesidad.
No olvidemos el primer paso. Agreguemos
a la lista de favoritos ese celular que tanto necesitamos y no compremos por
impulso, esperemos un día más.
Si llega el día siguiente y seguimos con
la motivación de tener un nuevo celular es porque estamos efectivamente
decididos, así que ahora pasaremos al siguiente análisis visto, antes de darle
clic a comprar.
Este es el celular que queremos y así se
nos presenta: Precio de lista $249.999, en un pago.
Al hacer clic en “ver todos los medios
de pago” nos encontramos con las siguientes opciones de pago:
De un primer vistazo podemos ver una
primera opción que consiste en 24 cuotas de $30.247,63. Pero quizás estar dos
años pagando un celular que terminamos cambiando antes de ese plazo nos parece
excesivo, así que nos concentramos en un plazo menor, 12 cuotas está bien.
El monto de la cuota a pagar para un
plan de doce cuotas es de $37.032.85. La magia de las tarjetas hace su trabajo
y lleva esa información directamente a nuestro cerebro quien se hará la
siguiente pregunta: ¿Puedo pagar esa cuota? Si la respuesta es un rotundo sí,
quizás podamos vernos tentados a concretar la compra en ese mismo instante.
Pero ahora que vimos las comparaciones a realizar sabemos que tenemos que
tomarnos unos minutos más.
Veamos el CFT que encierra dicha
financiación: 225,76% (lo podemos ver como dato debajo del importe de cada
cuota)
Si contamos con el dinero para comprar
el celular, financieramente sería más inteligente utilizar $249.999 de nuestro
ahorro y comprar el celular en un único pago. De esa manera evitaremos caer en
una financiación que es sustancialmente más costosa que la tasa de un plazo
fijo como vimos (actualmente a una TEA 107%).
Que sucede si no contamos con el dinero
para hacer el pago de una sola vez. En ese caso se debería volver a pensar
acerca de la real necesidad de contar con el bien, dado que nos puede hacer
caer en un costo financiero muy importante. Pero si aun así lo necesitamos y
debemos comprarlo, la recomendación pasa por investigar otras fuentes de
financiamiento que pudieran anticiparnos esa suma a un CFT menor. Ahí nos
convendrá visitar la web del banco donde percibimos nuestros haberes, consultar
en la Caja que algunas profesiones tienen y otorgan préstamos, y en cada
alternativa evaluada deberemos prestar atención siempre al CFT. En base a ese
dato tomaremos la decisión
Miremos con algo de optimismo
Efectivamente con la tarjeta de crédito
gastamos más. Ahora bien, eso no significa que debamos dejar de usarla, es una
herramienta que puede aportarnos grandes beneficios a nuestras finanzas
personales si le sabemos dar un uso racional y eficiente.
En la actualidad suele haber muchas
promociones para pagar con tarjeta de crédito con beneficios por sobre el pago
de contado. Si ese beneficio incluye cuotas sin un costo adicional, se trata de
una ventaja mucho mayor cuando se tiene en cuenta el contexto inflacionario que
nos rodea.
El consejo que tenemos para darte en
este caso es el siguiente: Llevá un presupuesto para tus gastos con tarjeta de
crédito, sobre todo cuando esos gastos los haces tomando cuotas. Muchas veces
tentados por las promociones y cuotas sin interés no nos damos cuenta y
terminamos asumiendo cuotas que, cuando las miramos individualmente resultan
pagables, pero cuando se suman a las otras cuotas de otras compras realizadas
terminan formando un total a pagar que se puede tornar un problema. De esta
manera, llevando un presupuesto con las cuotas que vendrán en cada resumen nos
servirá para planificar cada una de nuestras futuras adquisiciones sabiendo qué
mes dejaremos de pagar algunas cuotas liberando así el cupo para otras nuevas.
Y por último, algo ya conocido pero que
nunca está de más recordar: nunca pagues el mínimo de la tarjeta. El CFT por
financiar lo que resta abonar por encima del mínimo es de los costos más caros
del mercado. Pedile a tu banco que te cargue el débito automático del total a
pagar del resumen y no solo del mínimo, es una manera de obligarte a ser
financieramente correcto. Y por supuesto correrá por tu cuenta revisar que
siempre tengas saldo en tu cuenta bancaria para que ese total sea debitado en
tiempo y forma. Evitar esos costos excesivos puede ser la mejor inversión.
Invertí en vos, no regales tu ingreso o
tus ahorros a los costos financieros. La educación financiera te va a ayudar a
ser más libre e independiente.