Control del riesgo en las inversiones

 


Invertir requiere proteger el capital y hacerlo crecer con un adecuado control del riesgo. Una definición simple que en la práctica no resulta ser para nada fácil.

En reiterados artículos hablamos acerca de cómo proteger un capital de aquellos eventos nocivos: Inflación y Dólar. En adelante, nos centraremos en la última parte de la definición de Invertir respecto al control del riesgo.

 

Control del riesgo en las inversiones

Controlar el riesgo implica en primer medida reconocerlo. Si no somos capaces de identificar dónde hay riesgo y qué tan tolerantes somos, acabaremos comprometiendo seriamente nuestro capital.

El problema con el riesgo es que es algo futuro, encubierto e invisible. El riesgo (la posibilidad de pérdida) no puede observarse, lo que sí puede verse es la pérdida, y esta suele suceder cuando se materializan los eventos negativos.

A menudo, reconocer el riesgo comienza por entender cuándo los inversores le están prestando muy poca atención, se vuelven por demás optimistas y terminan pagando precios muy elevados por determinados activos.

En otras palabras, un riesgo elevado suele venir acompañado de unos precios elevados. Cuando todo esta sobrevalorado y las masas acuden con excesiva confianza a sumarse a un mercado alcista, debemos saber que participar de estas tendencias es la primera fuente de riesgo.

Claro está que para dejar pasar esas tendencias y no ser parte de la masa, se requiere de mucha frialdad y una razón por encima de la emoción.

Dijimos que gestionar el riesgo empieza por reconocerlo. Y el riesgo surge cuando los mercados suben tanto que los precios a los que se cotizan ciertos activos implican pérdidas futuras en lugar de retornos.

Pero por algún motivo, las personas olvidan esta realidad y se lanzan a realizar inversiones que las expone a un riesgo excesivo. En mercados alcistas todos creemos ser mucho más amigos del riesgo y pasamos a creer que cuanto más riesgo se corre, más se va a ganar. ¡Cuidado!

 

“El saber popular nos dice que el riesgo aumenta en las recesiones y cae en épocas de bonanza. Por el contrario, sería más sensato pensar en que el riesgo aumenta en época de bonanza, porque se generan desequilibrios financieros que acaban en recesiones”

Andrew Crookett. Ex presidente del Banco de Pagos Internacionales.

 

Es importante tener en cuenta que el rendimiento por sí mismo nos dice muy poco sobre la calidad de las decisiones de inversión. Hay que evaluar el rendimiento en función del riesgo que se ha asumido para conseguirlo.

En realidad el riesgo es mucho más complejo y directo que la percepción que se tiene de él. Las personas tienden a sobrestimar considerablemente su capacidad para reconocer el riesgo y a infravalorar lo que necesitan para evitarlo; por lo tanto, aceptan el riesgo sin saberlo y por ello contribuyen a su incremento.

El riesgo aparece cuando los inversores se comportan de forma que modifican el funcionamiento normal del mercado. Los inversores pujan al alza sobre los activos, acelerando una apreciación que de otra manera hubiera tardado más tiempo en suceder, y por lo tanto reducen los posibles beneficios futuros. Y a medida que su psicología se afianza y disminuye su preocupación, los inversores dejan de exigir las primas de riesgo que buscarían en situaciones normales.

Por lo tanto, el mercado no es un escenario estático donde operan los inversores. Es dinámico y se conforma de las actuaciones de los propios inversores. Cuanto más confiados se vuelven más razones tienen para preocuparse.

Cuando todo el mundo piensa que algo es muy arriesgado, su deseo de no comprar suele normalmente reducir el precio hasta el punto en el que el riesgo desaparece. Una opinión negativa y generalizada sobre un activo puede convertirlo en lo menos arriesgado del mundo, ya que todo el optimismo ha sido eliminado del precio.

De esta forma, los activos de alta calidad también pueden ser arriesgados y los de baja calidad pueden ser seguros. Todo dependerá de la etapa del ciclo y del precio que se pague por ellos. Por eso el control del riesgo es fundamental cuando las cosas van bien ya que los buenos tiempos pueden convertirse en malos muy fácilmente.

 

Un inversor excelente no debe ser definido como aquel que fue capaz de obtener un rendimiento mayor que los demás. También es considerado excelente aquel inversor que sea capaz de obtener el mismo rendimiento que el resto, pero asumiendo mucho menos riesgo.

Por supuesto que cuando los mercados están alcistas resulta difícil visualizar el nivel de riesgo que una determinada cartera esta asumiendo. Esto viene a ser la observación que alguna vez hizo Warren Buffett al decir que hasta que no baja la marea no se sabe quien lleva puesto el traje de baño y quien esta desnudo.

Acá el problema se da en aquellos principiantes que, ante épocas de bonanzas, no consideran la cobertura de cartera toda vez que ven al control del riesgo como algo que resta a las posibilidades de ganar más cuando todos lo vienen haciendo. Los frutos del control de riesgo en todo momento, se ven solo en forma de pérdidas evitadas. Y este tipo de cálculos de “qué pasaría si…” son difíciles de hacer en tiempos alcistas.

Un plan estratégico de hacer crecer un capital en el tiempo, para que tenga éxito a largo plazo, tendrá más que ver con controlar el riesgo que con ser mas agresivos en las inversiones. Al final del recorrido, los resultados de la mayoría de los inversores se verán más determinados por sus malas inversiones y cómo de malas han sido, que por lo extraordinarias han sido sus mejores inversiones. Un adecuado control del riesgo es la característica que define a los inversores excelentes.

 

No se puede predecir, pero se puede preparar

 

 En el mundo de las inversiones, como en la vida, hay pocas cosas que puedan saberse con total seguridad. Las estimaciones pueden estar equivocadas, las circunstancias del entorno pueden cambiar de la noche a la mañana sin previo aviso y todo lo que considerábamos seguro puede que no lo sea. Sin embargo, hay dos reglas en las que se puede confiar con absoluta certeza:

 

Regla 1: La mayoría de las cosas se comportan cíclicamente

Regla 2: Las mejores oportunidades de inversión aparecen cuando los demás olvidan la regla 1.

 

Hubo, hay y habrá ciclos. Eso es la única certeza con la cual contamos como inversores. Debemos aprovecharnos de ese dato para poner al riesgo de nuestro lado.

La principal razón de la existencia de estos movimientos cíclicos en nuestro mundo es que hay interacción entre personas humanas. Las máquinas son capaces de funcionar en forma lineal. El tiempo pasa de forma continua y una máquina puede comportarse siempre de la misma manera si tiene la energía adecuada. Pero los procesos en campos como la economía se basan en las personas, y cuando hay personas involucradas, los resultados son variables y cíclicos.

Los humanos somos emocionales e inconsistentes, no somos constantes ni racionales. Los aspectos psicológicos son los que en mayor medida van a hacer que los inversores reaccionen de forma exagerada en un sentido u otro, determinando la amplitud de las fluctuaciones cíclicas.

Cuando todo va bien y los precios son altos, los inversores se apresuran a comprar, olvidándose de la mínima prudencia. Cuando surge el caos y los activos cotizan a precio de ganga, los inversores no desean asumir el mínimo riesgo y entonces se vuelven a apresurar, pero esta vez para vender. Esto sucede siempre, lo vimos en un artículo anterior cuando representábamos este fenómeno de los ciclos con la figura de un péndulo que va de la euforia al caos.

Aquellos capaces de entender la mecánica del movimiento pendular pueden obtener grandes beneficios en el tiempo.

Diversificar las inversiones, alinear los activos a elegir de acuerdo con los objetivos propuestos, y reconocer cuándo nace el riesgo son los elementos claves para una adecuada administración del riesgo.

Es esencial recordar que casi todo es cíclico. Esta es una de las pocas cosas de las que vamos a estar seguros. Al final, los ciclos siempre prevalecen. Nada continua siempre en una misma dirección. Los árboles no crecen hasta el cielo y pocas cosas llegan a cero.