Cómo sos según tus gastos
“Dime
cómo gastas y te diré quién eres”.
Hay días
en los que compramos algo y sabemos, en el fondo, que no lo necesitamos tanto.
Días en los que la tarjeta de crédito la usamos porque está a mano o pre
cargada en el celular, y no porque se trate de una compra racional. Nos pasa a
todos. Porque el dinero no solo paga cosas: también intenta tapar huecos,
regular estados de ánimo, o darnos una gratificación rápida cuando nos invade
algún tipo de desorden. Y eso no tiene que ver con ser irresponsable, tiene
que ver con ser humano.
Sentarnos
frente a nuestro resumen de cuenta mensual, tanto de nuestra cuenta bancaria
como el de la tarjeta de crédito, va a hablar mucho de nosotros. Hay que tener
coraje para mirarlo con objetividad y ojo crítico, porque muchas veces eso que
habla no lo queremos escuchar.
La
psicología financiera estudia cómo sentimos, pensamos y actuamos frente al
dinero. Nos gusta creer que nuestras decisiones son racionales, pero la ciencia
demuestra lo contrario. Daniel Kahneman y Amos Tversky, ambos psicólogos,
demostraron que muchas veces preferimos evitar una pérdida antes que obtener
una ganancia equivalente. Esto que explica por ejemplo la aversión al riesgo,
nos muestra también por qué muchos prefieren gastar antes que invertir sus
ahorros con la posibilidad que su tenencia baje. Al comprar estaré cambiando
dinero por un bien o un servicio, pero si invierto y me va mal, veré como voy
teniendo menos dinero. Ante esa probabilidad de perder, prefiero gastar,
¿Además es más lindo, no?
Allá por
2009 se hizo un estudio interesante que se le llamó: “Dinero sucio”. A un grupo
de personas les dieron billetes nuevos, y a otro grupo se le dio billetes
sucios, gastados y arrugados (pero válidos). ¿Qué pasó? Los que recibieron los
billetes viejos tendieron a gastarlos más rápido. ¿Por qué? Porque los
percibían como menos valiosos. ¿No sentiste lo mismo a medida que ibas leyendo
esas líneas? ¿Cuántas veces gastamos el “cambio chico”, o “el vuelto”, solo
porque lo subestimamos? Ese valor simbólico que a veces le damos al dinero
marca lentamente nuestros hábitos y la relación con él. Empezar de a poco a
incorporar el concepto de las microinversiones, esas que podemos empezar a
hacer de a montos muy pequeños que antes ni teníamos en cuenta, es un primer
paso para generar un buen hábito inversor. Todo suma.
¿Y qué
tiene que ver esto con nosotros?
Mucho. Porque
si no entendemos desde dónde tomamos las decisiones financieras, es muy difícil
cambiarlas. El que sale a comprar porque se siente triste, no está haciendo
un mal cálculo financiero de su presupuesto, está buscando regular una emoción.
Y esto no se arregla con planillas de cálculo, aplicaciones de finanzas
personales o presupuestos. Se arregla tomando conciencia.
Mirar los
gastos como espejo, que nos refleja lo que somos, es un acto de coraje. Es
preguntarse: ¿Qué estoy buscando con esto? ¿Qué estoy evitando? ¿Cuánto de lo
que gasto habla de mí? ¿Puedo hacer algo
distinto? ¿Cómo sería mi yo futuro de tener organizados mis gastos? Hacerse
esas preguntas mientras miramos en el espejo de nuestro resumen de cuenta no es
para cualquiera.
El
proceso de tomar conciencia debe incluir también el concepto de finitud del
dinero. Cada vez que gastamos por impulso, no solo estamos eligiendo algo;
también estamos renunciando a otras cosas. Y lo más complejo es que muchas
veces, entre lo que elegimos y lo que dejamos de lado, estamos eligiendo lo
inmediato y dejando de lado a nuestro yo futuro.
El dinero
es finito. No podemos tenerlo todo, y eso implica una pérdida implícita cada
vez que decidimos. Ese es el costo de oportunidad. Pero cuando esa decisión
está teñida de urgencia emocional (comprar para tapar, para calmar, para sentir
algo), el costo de oportunidad no es solo financiero: es personal.
Porque postergamos proyectos, seguridad, bienestar. Y en el fondo, nos
postergamos a nosotros mismos.
¿Qué
podemos hacer entonces?
El que
compra por impulso no necesita solo límites para gastar menos, necesita
herramientas concretas que lo lleven a frenar antes de decidir. Un momento de
frialdad en el instante antes de pasar a la acción de comprar. Por ejemplo,
establecer la regla del “elijo hoy, compro mañana” puede ser un hábito a
empezar a implementar. Marcar con un “me gusta” o agregar a “favoritos” eso que
hoy nos parece que es una necesidad de vida o muerte y que lo necesitamos ya.
Esperamos 24 horas y ahí buscarlo de entre los favoritos y comprarlo. ¿Qué
puede pasar? Que al día siguiente las emociones no sean las mismas, o quizás
recordemos que no tenemos ese dinero para gastar, o que esa compra no era tan
necesaria, o quizás recordemos esta nota del blog, y el impulso para comprar ya
no sea el mismo que el día anterior. Cada día es diferente, porque cada día
somos diferentes en cuanto a nuestras emociones y el dinero.
El que
posterga siempre para más adelante empezar a invertir, no necesita un curso de
inversiones o mirar en Youtube programas de finanzas. Necesita comenzar por
algo muy mínimo y automatizarlo. Generar el hábito de destinar una suma de
dinero a invertir inmediatamente que recibe su ingreso. Por más mínimo que sea
ese monto, lo importante es empezar a generar el hábito y demostrarse a sí
mismo que cuando quiere, puede. Y que la próxima vez que se enfrente al
amenazante espejo del resumen de cuenta, vea ese importe que ya no va a ser un
gasto, sino una inversión. Eso en nuestra mente va a tener una fuerza
muy importante.
Y el que
siente que no puede ahorrar, quizás no este necesitando otro trabajo, o
fallando en el cálculo de sus gastos e ingresos. Lo que necesita seguramente es
repasar su historia con el dinero. Tal vez creció en un entorno de carencia, o
de culpa por acumular, o con la palabra “dinero” como tabú, como si fuera una
mala palabra. En esos casos, más que un plan de ahorro se necesita un trabajo
interno. Escribir un diario financiero, enfrentarse al espejo de su cuenta
bancaria o resumen de la tarjeta, charlarlo con alguien de confianza o un
profesional. Porque el ahorro sostenido requiere una sensación de seguridad
interna, y si esa seguridad no está, ningún número cierra.
Parecen
muchas cosas. Pero pasar a la acción no es cambiar todo de golpe. A veces es
empezar por el gesto más chico, pero sostenido con conciencia de lo que se está
haciendo.
Invertir
en conocerse es más rentable que cualquier activo del mercado. Porque cuando
uno entiende qué lo impulsa a consumir, también empieza a encontrar qué lo
puede inspirar a construir.
Esa es la
verdadera libertad financiera: no la que depende de un capital
acumulado sino la que nace de una mente que puede ver el dinero como lo que es,
una herramienta, y no como una respuesta automática a todo lo que sentimos.
Dejando algo bien en claro, que esa herramienta es finita y debemos saber
utilizarla para construir nuestro presente y nuestro futuro.
Es lindo
salir de compras. Pero si lo hacemos como respuesta a un impulso emocional,
poco tiempo después de la compra nos volveremos a sentir vacíos. Vacíos como
nuestra billetera si no adoptamos un nuevo comportamiento y vínculo con el
dinero.
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